Hace un cuarto de siglo, un 28 de febrero de 1998, un artículo publicado en una de las revistas médicas más reconocidas a nivel mundial, The Lancet, plantó la semilla de lo que es probablemente la polémica científica y el engaño más dañino a los que nos hemos enfrentado en el siglo XXI.
Como una diminuta esfera de nieve lanzada desde la cima de una montaña, el artículo, titulado Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children, rápidamente se transformaría en una avalancha de terribles consecuencias, sentando la base para una nueva oleada de oposición a la vacunación con efectos cada vez más palpables, como el resurgimiento de enfermedades prácticamente erradicadas.
En el ojo del huracán se encontraba el médico británico y autor principal del artículo, Andrew Wakefield, un personaje polémico y divisivo cuyas acciones y declaraciones, fundamentadas en un engaño, lo han colocado, sin embargo, como un emblema del movimiento antivacunas .
¿Quién es Andrew Wakefield?
Nacido en una familia de clase media-alta, Andrew Wakefield vino al mundo un 3 de septiembre de 1956 en Eton, Inglaterra. Su padre era neurocirujano y su madre médica general, por lo que desde temprana edad mostró un auténtico interés por la medicina y la investigación científica, lo que le llevó a estudiar la materia en la Escuela de Medicina del Hospital St. Mary (actualmente el Imperial College School of Medicine) donde obtuvo su licenciatura en 1981.
Después de graduarse, Wakefield se especializaría en gastroenterología pediátrica, una rama de la medicina que se enfoca en los trastornos gastrointestinales en los niños. Continuó su formación en el Royal Free Hospital de Londres y, cuatro años más tarde, en 1985, fue aceptado como miembro del Royal College of Surgeons.
Fue justamente durante su estancia en el Free Hospital que Wakefield comenzaría con la investigación sobre la posible conexión entre la vacuna triple vírica y el autismo que le catapultaría como científico, aunque el resultado no sería el que el autor esperaba.
Como mencionamos, su estudio se publicó finalmente en 1998 en The Lancet . Este describía un nuevo síndrome llamado enterocolitis autística y planteaba la posibilidad de una relación entre los trastornos intestinales, el autismo y la vacuna triple vírica .
Los daños colaterales de un fraude científico
Después de la publicación de su artículo, sin embargo, muchos investigadores independientes intentaron replicar los hallazgos de Wakefield para confirmar la hipótesis que relaciona la vacuna triple vírica y el autismo. Sin embargo, todos fracasaron.
De hecho, las investigaciones en este sentido parecen arrojar luz en la dirección completamente opuesta, descubriendo que el estudio de Wakefield tenía múltiples y graves fallos metodológicos o que en ocasiones simplemente había manipulado los datos, revelando además que había llevado a cabo pruebas invasivas y sin la debida ética en los niños sujetos del estudio.
Además, como se descubrió más tarde, Wakefield había recibido financiación de abogados que buscaban presentar demandas legales contra los fabricantes de vacunas, lo que presentaba un claro conflicto de intereses y cuestionaba la integridad científica de su investigación.
Como era de esperar, todo ello resultó en una pérdida de confianza en su integridad científica y su ética profesional, por lo que tras la publicación del estudio Wakefield se enfrentaría a una avalancha de críticas, situándose en el punto de mira de varias investigaciones exhaustivas sobre su conducta y actividad profesional que comenzarían ya en 2005.
La controversia se prolongó durante varios años hasta que, en 2010, un tribunal compuesto por cinco miembros del Consejo Médico General del Reino Unido (GMC) encontró probadas 32 acusaciones, entre ellas 4 de fraude y 12 de abuso de niños con discapacidad de desarrollo, lo que desembocó en la retirada de su licencia médica y la eliminación del registro médico por su mala conducta profesional y su falta de honestidad. Fue la sanción más severa que el GMC pudo imponer, la cual, efectivamente, puso fin a su carrera como médico.
Todo ello conduciría a que el 2 de febrero de 2010 la revista The Lancet se retractara formalmente del artículo publicado por Wakefield en 1998. Desde entonces las investigaciones dedicadas a desacreditar el trabajo fraudulento de Wakefield han sido numerosas. Por ejemplo, en enero de 2011 un editorial publicado por British Medical Journal describiría el trabajo de Wakefield como «un elaborado fraude». En noviembre del mismo año, otro reportaje de la misma revista reveló que, al contrario de lo que se afirmaba en su artículo, los niños de su investigación no padecían ninguna enfermedad inflamatoria intestinal.
El fraude cometido por el investigador se convertiría en uno de los más denunciados y perseguidos por la comunidad científica, sin embargo, el daño, profundo y en muchos casos irreparable, ya estaba hecho, tal y como demostraría en 2012 una investigación publicada en PNAS, las Actas de la Academia Nacional de Ciencias, que identificaría el estudio de Wakefield como el artículo científico retractado más citado de todos los tiempos.
Como era predecible, antes de toda esta polémica, la investigación generó una gran preocupación entre algunos padres y la comunidad médica, lo cual tuvo un impacto significativo en las tasas de vacunación. Así, a raíz del trabajo de Wakefield, muchas personas comenzaron a cuestionar la seguridad de la vacuna triple vírica y optaron por no vacunar a sus hijos, lo que condujo a la reaparición de brotes de enfermedades prevenibles por vacunas , como el sarampión, en diferentes partes del mundo.
A pesar de que sus argumentos han sido ampliamente desacreditados en innumerables ocasiones por la comunidad científica y se consideran una grave amenaza para la salud pública, la controversia generada por Wakefield ha tenido un impacto duradero en la salud pública y la confianza en las vacunas.
En el lado positivo, este episodio ha llevado a un endurecimiento de las normas de ética en la investigación y ha puesto de relieve la importancia de una comunicación efectiva y honesta en ciencia, especialmente cuando se trata de asuntos de salud pública. Aunque Wakefield ya no es una figura respetada en el mundo de la medicina, su sombra todavía se cierne sobre la discusión científica y la salud pública, recordándonos la importancia de la integridad, la honestidad y la ética en la ciencia y la medicina.