Comprar una vivienda por primera vez puede ser el inicio de una etapa importante, pero también un terreno plagado de decisiones que, si no se toman con conocimiento, acaban saliendo caras.
Según datos del Banco de España, el esfuerzo que los hogares destinaron a la compra de una vivienda se situó en el 34,4% de su renta disponible a finales de 2024, superando el umbral del 30% que los expertos consideran financieramente sostenible.
Este porcentaje no solo refleja el alza de los precios de la vivienda, sino también el peso de todos los costes adicionales del proceso: Impuestos, trámites notariales, financiación, reformas…
Lo que parecía una operación calculada puede convertirse en una carga desproporcionada si se ignoran las implicaciones reales desde el principio.
Ignorar los costes ocultos: un error que vacía bolsillos
Firmar un contrato de compraventa sin conocer todos los gastos asociados es como lanzarse a una piscina sin comprobar si hay agua.
El coste final de una vivienda puede incrementarse entre un 10% y un 12% sobre el precio de compraventa, debido a una serie de gastos adicionales que rara vez se contemplan en el presupuesto inicial.
Impuestos como el IVA (10% para vivienda nueva) o el Impuesto de Transmisiones Patrimoniales (entre el 6% y el 10% en función de la comunidad autónoma), junto a los gastos notariales, registrales, gestoría, tasación o comisiones bancarias, elevan sustancialmente la factura final. Lo detallan Idealista y otros portales especializados en el sector.
A esto puede sumarse el coste de adecuaciones no previstas: Desde una instalación eléctrica obsoleta hasta filtraciones encubiertas.
Algunas personas, sin planificación ni asesoramiento, han tenido que recurrir a financiación adicional o comprometer su economía por no haber considerado estos elementos desde el primer día.
Dejarse llevar sin asesoramiento: Cuando la intuición no basta
En un mercado donde las condiciones cambian cada trimestre y las cláusulas legales tienen letra pequeña, tomar decisiones solo con lo que se ha oído en una comida familiar es jugársela.
Empresas como Vivienda Madrid, que operan en zonas con alta rotación de inmuebles y complejidad burocrática, suelen acompañar a quienes compran por primera vez durante todo el proceso.
Especialmente en zonas de alta demanda, donde incluso tareas como vender piso en el barrio de Salamanca requieren un conocimiento profundo del contexto legal, fiscal y comercial.
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No mirar más allá del edificio: La comunidad también vende (o hunde)
Un piso puede tener buena orientación, estar reformado y tener una cocina digna de catálogo. Pero si la comunidad de propietarios arrastra deudas, está pendiente de obras o es un hervidero de conflictos, el paraíso se convierte en tormento.
Las actas de las últimas juntas y los informes técnicos del edificio pueden mostrar si hay derramas aprobadas, problemas estructurales o impagos arrastrados.
Todo esto afecta directamente al bolsillo, y en muchos casos, al bienestar del futuro propietario. Saltarse este paso es como comprar un coche sin abrir el capó. Y aún hay quien lo hace.
Elegir mal la ubicación: El precio no lo es todo
El precio por metro cuadrado puede ser atractivo, pero si el barrio no tiene buenas comunicaciones, servicios básicos o perspectivas de crecimiento, la vivienda perderá valor con el tiempo.
El entorno no solo influye en la calidad de vida, sino también en la capacidad de reventa. Hay zonas que no bajan, incluso cuando el mercado flaquea. Hay otras que se disparan, pero solo si se invierte en el momento justo.
Tomarse el tiempo de entender el contexto urbanístico y las dinámicas del barrio no es un lujo, es parte del proceso.
Finalmente, hay decisiones pequeñas que cuestan mucho. No por lo que se gasta en el momento, sino por lo que se pierde después.
El proceso de compra de una vivienda no es un camino recto, y cada desvío tiene un coste. Lo más caro, a veces, no es lo que se paga, sino lo que se deja de prever.