Desde las entrañas vibrantes de Colombia, un clamor se levanta con la fuerza de la verdad y la justicia: el pueblo colombiano, ese gigante dormido, finalmente ha despertado. No es solo una protesta, sino una declaratoria de resistencia, un renacimiento cívico ante los desmanes de un gobierno que parece más interesado en dictar que en dirigir.
El 21 de abril de 2024 marcó un antes y un después en la historia contemporánea de nuestro país. Cientos de miles de almas desafiaron la inclemencia del clima y las amenazas veladas de represión para marchar, no solo por las calles de Bogotá, sino en cada rincón de Colombia y varias ciudades del mundo. El pueblo habló alto y claro, y su mensaje fue inconfundible: no nos arrodillaremos.
Estas marchas, descritas por algunos detractores como simples actos de descontento popular, fueron en realidad manifestaciones de una democracia que respira, que lucha, que se niega a ser sometida. Fueron alegres y esperanzadoras, sí, pero también propositivas y contundentes. No se vieron encapuchados ni actos vandálicos; la civilidad y el respeto moldearon cada paso dado.
El espíritu de las marchas trascendió el mero acto de protestar. No hubo ni un solo vidrio roto, ningún local saqueado; las calles y las plazas se llenaron pero no de caos, sino de esperanzas y de sueños de un futuro mejor. La gente marchó bajo la lluvia, sí, pero más fuerte fue el espíritu de camaradería y unidad que el aguacero que intentaba, sin éxito, silenciar sus voces.
En un contexto donde la reforma pensional propuesta por el gobierno es un tema candente, es crucial entender los riesgos asociados. Esta reforma no solo es controversial, sino que plantea cambios significativos que podrían afectar la libertad económica de los colombianos, incluyendo restricciones en dónde y cómo pueden ahorrar para su jubilación. Como comunicador y defensor de las libertades individuales, critico abiertamente esta medida, argumentando que restringir opciones no es el camino hacia una mejora económica o social.
Nos enfrentamos a una reducción de los subsidios para quienes más lo necesitan y un absurdo incremento de los mismos para quienes no deberían recibirlos. Esta propuesta no solo complica la situación sin ofrecer una mejora tangible, sino que también es un ataque directo a la libertad de elegir y planificar el propio futuro financiero.
Las calles resonaron no solo con los pasos de los marchantes, sino con el eco de un país que exige transparencia, integridad y reformas que reflejen la voluntad del pueblo, no los caprichos de una administración transitoria. El Gobierno debe escuchar esta voz que no pide más promesas electorales, sino acciones concretas que aseguren un futuro sostenible y digno para todos.
No estamos simplemente marchando contra un paquete de reformas impopulares o una administración ineficaz; estamos marchando por nuestra dignidad, por nuestro derecho a vivir en una sociedad libre de tiranía y miedo. Estamos marchando para mostrar que la voluntad del pueblo no puede ser ignorada, ni por Petro ni por ningún otro.
Y en este camino, no hay vuelta atrás. Colombia habló, y su voz fue clara. No más camorras, no más miedo, no más dictaduras disfrazadas de progresismo. Es hora de unirnos, de apoyar a nuestras empresas, defender nuestras instituciones y rechazar las agresiones a nuestra democracia.
Que las marchas del 21A sean solo el comienzo. La batalla será larga y dura, pero la victoria es posible si mantenemos alta nuestra guardia y nuestro espíritu inquebrantable. No nos quedaremos de brazos cruzados. Seguiremos marchando, seguiremos luchando, porque como bien se sabe, en la unión está la fuerza, y en la verdad, la victoria.
Colombia no solo merece un futuro, sino que está decidida a construirlo. Que nadie lo dude: seguiremos avanzando con la frente en alto y la convicción firme. Porque al final del día, somos nosotros, el pueblo, quienes creamos la historia.
¡Viva Colombia, libre y soberana!