Lo ocurrido el pasado lunes en España merece pasar a los libros de historia… o al menos al club de las anécdotas más surrealistas de la modernidad. Un país europeo, con toda su parafernalia tecnológica y su eterna pose de «primer mundo», dejó a millones de personas sin electricidad en cuestión de segundos. No un barrio, no una ciudad: el país entero se fue al carajo mientras todos se preguntaban si esto era una broma.
A las 12:33, cuando muchos estaban en plena jornada laboral (o con la siesta en mente), ¡zas! Un apagón masivo. Se fueron 15 gigavatios de energía como quien pierde las llaves de casa. La escena era de película: semáforos apagados, ascensores y trenes detenidos, cafeterías sin poder hacer café (¡la verdadera tragedia!) y un silencio digital espeso, solo roto por el chisporroteo de algún generador agónico.
Pero lo más pintoresco no fue el apagón en sí, sino la explicación. Pedro Sánchez, con su tono habitual de «tranquilidad y temple», anunció que no se descartaba ninguna hipótesis. Esto es, básicamente, la versión política de «ni idea, estamos viendo». Una frase maravillosa que resume cómo aquí, cuando pasa algo gordo, la primera respuesta siempre es: «A ver qué inventamos para explicarlo».
Claro que el Gobierno no iba a cargar solo con la culpa. Faltaría más. La narrativa oficial rápidamente empezó a señalar a los operadores privados, a la complejidad del sistema eléctrico y hasta al mismísimo aire que sopla demasiado fuerte sobre los molinos. Todo, menos decir: «Miren, no sabemos qué carajos pasó y estamos improvisando».
Y por supuesto, no faltaron las joyas de comunicación: promesas de transparencia, ruedas de prensa cargadas de tecnicismos incomprensibles y la perla clásica: “esto no volverá a ocurrir”. ¿Cómo no amar ese optimismo institucional que ya ha demostrado ser más frágil que la red eléctrica española?
La escena fue aún más cómica cuando se supo que el apagón afectó también a nuestros vecinos portugueses y parte del sur de Francia. Porque cuando aquí se cae algo, no cae solo: arrastra a quien tenga cerca. Algo así como ese amigo torpe que tropieza y tira la mesa entera con él. Todo muy europeo, sí señor.
Mientras tanto, en redes sociales, la creatividad se desbordaba: memes de Sánchez alumbrando con velas, chistes sobre Iberdrola lanzando un “se busca” para sus ingenieros, y conspiraciones locas que iban desde hackers rusos hasta un gato electrocutado en la central de control. Porque si algo nunca falla en este país es el sentido del humor ante la desgracia.
Pero bromas aparte, hay algo inquietante: ¿de verdad un país que presume de ser puntero en energías renovables y tecnología de punta no tiene un sistema mínimamente robusto para evitar esta catástrofe? ¿De qué sirve tanto molino y tanta placa solar si un estornudo en la red deja a todos jugando a ser cavernícolas?
Lo más llamativo es cómo ya casi nadie se sorprende. Porque entre trenes que no llegan, aeropuertos colapsados y ahora apagones épicos, hay un patrón que se repite: el caos siempre está a la vuelta de la esquina. Y aún así, la imagen internacional sigue siendo la de un país moderno y eficiente. Una especie de magia que no termina de entenderse.
Lo verdaderamente surrealista es pensar que esta fue solo una tarde mala. Porque la verdadera pregunta es: ¿qué pasará cuando llegue un problema mayor? ¿Qué pasará si la próxima vez el apagón dura días o afecta infraestructuras críticas? Mejor no pensarlo demasiado, porque viendo los reflejos que han demostrado, la respuesta probablemente sería: montar otra comisión de investigación y comprar más velas.
Al final, lo que deja este episodio es una mezcla de risa nerviosa y preocupación real. La comedia es inevitable cuando el país entero parece un sketch en directo, pero la sombra de la incompetencia (y nunca mejor dicho) sigue siendo preocupante. Porque una cosa es reírse del desastre y otra muy distinta vivir en él sin que nadie lo arregle.
Así que nada, un aplauso para la resiliencia ciudadana, para el humor que no decae y para este maravilloso país donde nunca se sabe si la luz del día viene del sol… o es que, milagrosamente, todavía funciona la electricidad.