🐾 Cuando el perro tiene Instagram y tú no tienes terapia: la era de las mascotas humanizadas

Una mirada crítica al negocio emocional detrás de la mascota humanizada.

Vivimos una época en la que algunos perros tienen más ropa que un humano promedio, más seguidores en redes que un sociólogo brillante y, en ciertos casos, más derechos que algunos ciudadanos. La humanización de las mascotas ha dejado de ser una excentricidad de millonarios para convertirse en un fenómeno social normalizado. Hoy, hablarle al perro como si entendiera tu crisis existencial ya no es un síntoma… es tendencia.





Todo comienza con un suéter. Después, viene la camita de viscoelástica, el carrito de paseo, la dieta sin gluten, el cumpleaños temático y, finalmente, el perfil en redes donde «Firulais» comparte sus aventuras con subtítulos tipo «mi hooman me llevó al spa». Y tú, lector, te ríes. Pero sabes que lo has visto. O peor: lo has hecho.

🐶 El nuevo hijo perfecto: no habla, no se rebela, no hereda

El perro (o gato) humanizado no solo es mascota, es hijo sustituto, pareja emocional y excusa terapéutica ambulante. Porque en esta sociedad emocionalmente analfabeta, resulta mucho más fácil proyectar afecto sobre un ser que no te contradice que construir vínculos reales con otros humanos. ¿La ventaja? El perro nunca te va a reclamar por tus contradicciones. Solo te va a mirar como si fueras un dios. Y eso, claro, no tiene precio. Excepto cuando llega el recibo del veterinario con resonancia magnética incluida.

Pero no nos engañemos: detrás de la humanización extrema también hay una dosis generosa de ego. Porque vestir al perro como tú, hacerle sesiones fotográficas y subirlas con frases tipo «él me eligió a mí» no es solo amor… es branding emocional. Es disfrazar de ternura un proceso de apropiación estética, donde el animal ya no es un animal, sino un accesorio emocional con nombre cursi y peinado de peluquería.

🐾 El capitalismo encontró su nueva víctima: tu mascota

La industria, por supuesto, está encantada. ¿Un jersey de cachemir para chihuahuas? Hecho. ¿Snacks veganos con colágeno para gatos? Claro que sí. ¿Una residencia con spa, aromaterapia y psicólogo canino? Adelante. Y así, mientras tú debates si puedes pagar el alquiler este mes, tu perro duerme sobre una manta orgánica que costó más que tu colchón.

Todo esto, además, viene con una narrativa perfectamente empaquetada: si no lo tratas como humano, no lo amas. Si no le celebras el cumpleaños, eres un monstruo. Si no lo llamas «mi bebé peludo», claramente eres una bestia insensible. Y así, entre chantajes emocionales e influencers perrunos, vamos confundiendo amor con antropomorfismo extremo.

El problema no es amar a los animales. El problema es perder de vista que son eso: animales. Con necesidades, conductas y límites propios. El problema es que, en nombre del cariño, les imponemos una identidad que no eligieron, un estilo de vida que no entienden y, en muchos casos, un estrés que no saben procesar. Porque sí: hay perros con ansiedad porque no salen a correr, solo a posar.

🎭 ¿Humanos con alma de perro o perros atrapados en un drama humano?

La ironía es que, mientras los perros son tratados como personas, las personas son tratadas como perros. Nos insultamos, nos ladramos en redes, nos ignoramos en casa. Y entonces, claro, el único ser que parece dar amor sin juicio es el animal de cuatro patas que no necesita que le expliques nada. ¿El resultado? Una generación que abraza con fuerza a sus mascotas mientras se aleja emocionalmente de todo lo demás.

Y ojo, que esto no es una cruzada contra el cariño. Es una invitación a pensar en los límites. Porque cuando un animal ocupa el lugar emocional de un hijo, una pareja o un terapeuta, lo estamos cargando con roles que no le corresponden. Y eso, aunque venga con golosinas y correas de diseño, también es una forma de maltrato.

¿Queremos mascotas felices o mascotas decorativas con ansiedad y cuenta de TikTok? ¿Queremos animales que vivan como perros o como humanos frustrados con disfraz peludo? Es momento de soltar un poco la correa emocional y recordar que el respeto real a un animal no pasa por vestirlo como a ti, sino por tratarlo como merece: como animal.

Porque al final, no es tu perro el que necesita zapatos. Eres tú, el que no sabe pisar tierra firme sin tener algo que lo ame sin condiciones.

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