Guía ciudadana para actuar ante una insolación

Las olas de calor que azotan cada verano a buena parte del territorio español han dejado de ser una anomalía para convertirse en una amenaza real para la salud pública. Cada año se contabilizan cientos de muertes vinculadas a episodios extremos de temperatura, en especial entre la población mayor y las personas con enfermedades crónicas. En este escenario, contar con información clara sobre cómo actuar ante una insolación puede marcar la diferencia entre un susto y una tragedia. Saber identificar los síntomas, aplicar las medidas básicas de asistencia y adoptar hábitos de prevención es fundamental. Y, como parte de una estrategia preventiva más amplia, conviene también revisar aspectos prácticos, como contar con una cobertura sanitaria adecuada. En portales especializados como comparar seguros, es posible evaluar opciones de seguros médicos para estar preparado ante posibles emergencias sanitarias ocasionadas por las altas temperaturas, especialmente si viajas fuera de tu lugar de residencia habitual durante las vacaciones o si tienes familiares vulnerables a tu cargo (como niños pequeños o personas mayores) y vives en una ciudad calurosa.





Qué es una insolación y qué consecuencias puede tener

El término insolación hace referencia a una alteración grave de los mecanismos que regulan la temperatura corporal. Cuando el cuerpo está expuesto de forma prolongada a temperaturas elevadas y no logra disipar el calor de manera eficaz, se produce un fallo térmico. Esta situación puede generar un incremento brusco de la temperatura interna, superando incluso los 40 grados centígrados, con riesgo real de daño en órganos vitales. A diferencia de un mareo puntual o una sensación de fatiga provocada por el calor, la insolación implica una descompensación aguda que requiere atención médica inmediata. El cuerpo deja de sudar, la piel se vuelve seca y caliente, se presentan alteraciones neurológicas como confusión o desorientación, y, en casos graves, pueden aparecer convulsiones o pérdida de consciencia. Es un cuadro clínico que no debe subestimarse bajo ninguna circunstancia.

Síntomas a los que conviene prestar especial atención

Identificar los primeros signos de insolación puede marcar el rumbo de la asistencia. Uno de los indicadores más frecuentes es el agotamiento súbito, que aparece incluso sin haber realizado esfuerzo físico. A esto se suman síntomas como dolor de cabeza persistente, náuseas, piel muy caliente y seca —una señal alarmante, ya que indica que el mecanismo natural de enfriamiento ha dejado de funcionar— y ritmo cardíaco acelerado. En algunos casos, la persona afectada muestra confusión, dificultad para articular palabras o comportamientos incoherentes, lo que puede interpretarse erróneamente como un episodio de ansiedad o desorientación pasajera. Ante la sospecha de una insolación, lo más prudente es actuar de forma inmediata, sin esperar a que la situación evolucione. La intervención rápida puede evitar secuelas graves, especialmente en personas vulnerables.

Cómo actuar ante un golpe de calor

Una vez detectados los síntomas, el primer paso es trasladar a la persona a un espacio fresco, preferentemente ventilado, alejado de la exposición directa al sol. Reducir la temperatura corporal se convierte en una prioridad. Para ello, es aconsejable aplicar paños húmedos en zonas como el cuello, las axilas o las ingles, o bien emplear un ventilador si se dispone de uno. También puede ser útil rociar agua a temperatura ambiente sobre la piel para facilitar la evaporación. Si la persona está consciente y puede beber por sí misma, se recomienda que lo haga en pequeños sorbos. No obstante, si se encuentra desorientada o ha perdido el conocimiento, no debe suministrarse nada por vía oral. En todos los casos, debe solicitarse atención médica urgente. Mientras tanto, se recomienda mantener a la persona recostada, preferentemente en posición lateral, y permanecer atento a cualquier cambio en su estado.

Prevención y cuidados para evitar situaciones de riesgo

Los episodios de calor extremo exigen precauciones que van más allá del sentido común. Evitar actividades físicas durante las horas centrales del día, vestir prendas ligeras y de colores claros, cubrirse la cabeza y mantener una hidratación constante son medidas eficaces. También resulta fundamental comprobar que las personas más expuestas —mayores, menores, personas con movilidad reducida o en situación de dependencia— tengan acceso a espacios frescos, buena ventilación y supervisión periódica. El uso responsable de dispositivos de climatización, como ventiladores o aires acondicionados, puede resultar determinante. En zonas urbanas densas o viviendas con mala orientación, el efecto isla de calor puede intensificar los riesgos. Por ello, planificar las rutinas diarias con anticipación y establecer hábitos adaptados a la climatología es una forma eficaz de reducir la exposición al calor.

Protección especial para colectivos vulnerables

En personas mayores, la percepción del calor suele estar alterada, lo que dificulta detectar a tiempo los síntomas de una insolación. A esto se suma que muchas veces viven solas, en entornos poco ventilados o sin recursos para combatir temperaturas extremas. Los menores, por su parte, tienen un sistema de regulación térmica menos eficiente, lo que acelera el riesgo. Las autoridades sanitarias recomiendan reforzar el acompañamiento social en estos perfiles, mantener contacto frecuente y facilitar el acceso a espacios climatizados. En zonas rurales o durante desplazamientos vacacionales, es recomendable conocer de antemano los centros de salud disponibles y los recursos asistenciales más próximos. La prevención, en estos casos, debe ser constante y basada tanto en el conocimiento como en la acción directa.

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