¿Te has enterado alguna vez de que compartes buena parte de tu ADN con un plátano? Aunque parezca un dato curioso o una exageración sacada de un libro de ciencia ficción, es completamente cierto: aproximadamente el 60% de nuestro código genético coincide con el de esta fruta amarilla.
A pesar de que a primera vista humanos y plátanos parecen no tener mucho en común, la realidad es que compartimos más de lo que imaginas. Y no solo con los plátanos, sino también con otras criaturas como chimpancés, ratones e incluso moscas. ¿Por qué sucede esto?
El ADN y la evolución: el lazo que conecta toda la vida
Para entender cómo podemos compartir ADN con organismos tan diferentes como un plátano, primero debemos comprender qué es el ADN y cuál es su papel en la evolución. El ADN, o ácido desoxirribonucleico, es el material genético que contiene las instrucciones necesarias para el desarrollo y funcionamiento de todos los seres vivos. Este «manual de vida» está compuesto por cuatro bases químicas (A, T, C y G), que se combinan en miles de millones de secuencias únicas.
Cuando decimos que compartimos ADN con un plátano o un chimpancé, nos referimos a que ciertas secuencias de estas bases coinciden entre especies. Algunas de estas secuencias han resultado tan útiles y esenciales para la vida que se han mantenido casi inalteradas a lo largo de la evolución, pasando de una especie a otra durante millones de años.
Este fenómeno se explica a través del proceso evolutivo: cuando una mutación genética resulta ventajosa para la supervivencia, esta se transmite a las generaciones futuras. Con el paso del tiempo, estas «piezas clave» han sido heredadas por múltiples especies, creando una conexión genética que enlaza a toda la vida en el planeta.
En organismos multicelulares como humanos y plantas, ciertas funciones vitales son tan necesarias que apenas han cambiado. Por ejemplo, los procesos básicos como la respiración o la obtención de energía están codificados por genes que compartimos con otras especies. Por eso, cuando se analizan las secuencias genéticas de diferentes organismos, encontramos similitudes sorprendentes incluso entre especies que, a simple vista, parecen no tener nada en común.
Una conexión genética sorprendente
La similitud genética entre los seres vivos es una de las pruebas más claras de que compartimos un origen común en la evolución. Para ponerlo en perspectiva, los humanos compartimos alrededor del 96% de nuestro ADN con los chimpancés. Esta alta coincidencia tiene sentido, ya que ambas especies compartimos un ancestro común que vivió hace aproximadamente 6 o 7 millones de años. Sin embargo, esa pequeña diferencia genética explica cambios como el desarrollo del lenguaje o el tamaño del cerebro, que nos distinguen de ellos.
Por otro lado, la conexión genética con especies más alejadas en el árbol evolutivo también es fascinante. Por ejemplo, compartimos aproximadamente el 85% de nuestro ADN con los ratones. Aunque pueda parecer sorprendente, ratones y humanos tienen sistemas corporales similares, como el uso de oxígeno para obtener energía o la manera en que procesamos ciertos alimentos. Por este motivo, los ratones son utilizados en investigaciones biomédicas, ya que, genéticamente hablando, son más parecidos a nosotros de lo que podrías imaginar.
Lo que resulta aún más llamativo es que alrededor del 60% de nuestro ADN coincide con el del plátano. Aunque parezca difícil de creer, tiene sentido si consideramos que muchas funciones celulares básicas son comunes a todas las formas de vida. Al final, un plátano es el fruto de una planta, un organismo vivo con procesos esenciales similares a los nuestros.
Los mecanismos que permiten «leer» el ADN y los procesos básicos como el crecimiento o la replicación celular están codificados por genes que compartimos todos los seres vivos. Por ello, aunque la diferencia entre un humano y un plátano sea enorme en apariencia, a nivel genético ambos compartimos las instrucciones para estos procesos vitales.
¿Qué implica esta similitud genética?
La genética compartida entre especies nos demuestra que toda la vida, pese a su diversidad, tiene una base común. Las mismas «piezas» genéticas que permiten a un plátano crecer han sido reutilizadas, modificadas y adaptadas a lo largo de millones de años para dar lugar a todas las formas de vida que conocemos, incluidos los seres humanos.
Esta similitud no solo es fascinante, sino que también tiene aplicaciones prácticas. Los científicos pueden estudiar el ADN de otras especies para aprender más sobre enfermedades humanas y el funcionamiento biológico. Por ejemplo, al analizar organismos más simples, podemos descubrir cómo trabajan ciertos genes y desarrollar tratamientos para enfermedades genéticas.
Además, nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el entorno. Si compartimos un porcentaje significativo de ADN con organismos tan diferentes como las plantas, esto nos recuerda lo interconectados que estamos con el resto del mundo vivo. La conservación de la biodiversidad y el equilibrio del ecosistema no solo benefician a otras especies, sino que también son esenciales para nuestra propia supervivencia.