🐦 Pájaros enjaulados: el retorcido arte de decorar con seres vivos

Porque volar está sobrevalorado.

¿Te has detenido a pensar alguna vez en lo absolutamente ridículo que es meter un ser que vuela… en una jaula? Porque sí, en pleno siglo XXI, mientras lanzamos drones, soñamos con colonizar Marte y nos indignamos con documentales de fauna silvestre, seguimos viendo como normal colgar en el salón a un canario que canta por costumbre y no por gusto. Lo llamamos «mascota», pero más parece un adorno con latidos, un monumento doméstico a la estupidez humana.





Pero claro, no hay nada como entrar a una casa con cortinas floreadas, un tapete con la Virgen y un pajarito que canta de fondo para “dar vida al hogar”. Qué mejor que tener una criatura condenada al encierro para ambientar tu café con leche. Porque para algunas personas, el trino de un animal preso es el equivalente a la calma. ¿El sonido de la libertad? No, no. El eco de la resignación convertida en playlist matinal.

Alas recortadas para el ego doméstico

Los pájaros enjaulados no son mascotas. Son prisioneros decorativos. Y peor aún: son símbolos de un romanticismo anticuado en el que se justifica el encierro con frases como “es que nació en cautiverio” o “conmigo está mejor que en la calle”. Como si tener un techo y comida gratis compensara no poder tocar el cielo jamás. Si a ti te ofrecieran una vida así, ¿firmarías feliz por un comedero y una rueda?

Y aún más absurdo: algunos dicen que los tienen “por amor a los animales”. Imagínate amar tanto a alguien que decides meterlo en una jaula y colgarlo en la cocina. Si ese es el amor que promueven, mejor prefiero el desamor con ventana abierta. Porque una cosa es cuidar y otra controlar, y lo de los pajaritos es más lo segundo que lo primero.

La industria tampoco ayuda. Jaulas con columpios, espejitos, comederos de lujo… todo lo necesario para que el pajarito no se dé cuenta de que vive en una celda dorada. Y ni hablar del marketing: “alegran el hogar”, “enseñan responsabilidad a los niños”, “son compañía”. Claro, porque un animal que vive con ansiedad y vuela en círculos de 40 cm es el mejor ejemplo de bienestar. ¡Ideal para la infancia!

Una tradición que canta falsamente a la ignorancia

Pero esto va más allá del gusto personal. Es una muestra clara de cómo la cultura arrastra prácticas sin revisarlas. Heredamos la idea de que un canario enjaulado es «normal» porque lo vimos en casa de la abuela, en el mercadillo o en los dibujos animados. Nadie se detiene a pensar que ese animal no está cantando… está gritando. Porque en la naturaleza, los pájaros cantan para comunicarse, no para entretenerte mientras limpias.

Además, hay una diferencia abismal entre domesticar y encarcelar. Los perros y gatos conviven con humanos desde hace siglos y pueden moverse libremente por la casa, el jardín, el sofá o tu cama (si tienes la suerte de ser elegido). Pero un pájaro… su naturaleza está literalmente definida por el vuelo. No hay más. Si le quitas eso, no estás cuidando a un ave. Estás anulando su existencia.

Y sí, muchos dicen: “pero si lo suelto, se muere”. Pues entonces, quizás la reflexión correcta no es mantenerlo preso, sino cuestionar por qué seguimos reproduciendo y vendiendo seres vivos incapaces de sobrevivir en su propio medio. Todo con tal de seguir cumpliendo el capricho de tener a la naturaleza encerrada en una jaula colgada del balcón.

Y lo más escalofriante: algunos hasta les cortan las alas. Así, sin anestesia emocional. Porque claro, no vaya a ser que el pobre tenga la osadía de usar lo que la evolución le dio. Es como comprar un pez y secarle las branquias. O adoptar un caballo y clavarle las patas al suelo “para que no se me escape”. Todo muy lógico y, sobre todo, muy empático.

El canto de la culpa (que nadie quiere oír)

Lo verdaderamente trágico es que nos hemos acostumbrado al sonido del sufrimiento, lo hemos romantizado. El canto del pájaro se ha convertido en banda sonora de desayunos, siestas y tardes de abuela. Hemos conseguido algo perverso: hacer del encierro un espectáculo sonoro y del cautiverio un ritual cotidiano.

Y lo peor de todo es que, en esta lógica del “bienestar humano primero”, la libertad de los demás es una nota a pie de página. ¿Que el pájaro podría estar volando en el bosque, cruzando cielos, migrando con su especie? Meh. Que no moleste, que cante y no se queje. Al final del día, solo es un animal. ¿Verdad?

Pero no. No es solo un animal. Es un ser vivo con capacidad de sentir, de sufrir, de querer escapar. Y aunque no pueda escribir artículos o gritar en Twitter, su cuerpo habla: se agita, se arranca las plumas, se queda quieto durante horas. Eso no es paz. Es resignación. Y la resignación no debería ser nunca un espectáculo para tu salón.

Así que la próxima vez que te cruces con una jaula colgada y un canario dentro, no pienses en lo bonito que canta. Piensa en lo que no puede hacer. En lo que le fue quitado para que encajara en una casa. Porque a veces la costumbre nos vuelve ciegos… y terminamos normalizando lo que, en el fondo, es una forma aceptada de maltrato animal.

Porque hay una gran diferencia entre tener algo bonito en casa…
y tener la belleza encarcelada por capricho.

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