¿Quiénes son más felices: los ganadores de la lotería o las personas que han quedado parapléjicas tras un accidente de tráfico? Esta peculiar pregunta fue la base de un experimento neerlandés realizado en la década de 1978, cuyo objetivo era desentrañar las claves de la felicidad. A corto plazo, la respuesta parece evidente: quienes ganan la lotería experimentan una intensa alegría que puede durar semanas, mientras que las personas parapléjicas deben enfrentarse a una difícil adaptación. Sin embargo, con el paso del tiempo, las emociones tienden a estabilizarse, y los investigadores detectaron un patrón sorprendente en ambos grupos tras adaptarse a su nueva realidad.
Al analizar los datos obtenidos de las encuestas, los científicos descubrieron que, con el tiempo, tanto los ganadores de la lotería como las víctimas de accidentes terminaban sintiéndose menos felices. Las razones de esta infelicidad, eso sí, eran totalmente diferentes. Los ganadores de la lotería solían reportar una disminución del placer en los eventos cotidianos, lo que generaba un profundo descontento. Por su parte, las personas parapléjicas, aunque celebraban pequeños logros diarios, tendían a idealizar su vida previa al accidente, lo que impactaba negativamente en su bienestar actual.
Los resultados de este estudio, aunque reveladores, tienen un carácter desalentador al centrarse en aspectos negativos. Por un lado, demuestran que la falta de salud afecta directamente a la felicidad y, por otro, corroboran la conocida frase de que «el dinero no compra la felicidad».
Un aspecto importante a tener en cuenta es que este estudio contaba con una muestra de solo 51 personas: 22 ganadores de lotería y 29 víctimas de accidentes de tráfico. Esto hace que extrapolar conclusiones generales sea arriesgado. A pesar de ello, el estudio ha alimentado la creencia popular de que el dinero no siempre se traduce en felicidad.
Diferentes formas de entender la felicidad
Cuando hablamos de felicidad, es esencial distinguir entre varios tipos. El primero es el bienestar afectivo, que se refiere a la felicidad eufórica, esa que sentimos al recibir una buena noticia. Este tipo de felicidad está ligado a emociones como el placer y la alegría, y se caracteriza por sus fluctuaciones rápidas y extremas.
Dado que medir estos momentos de felicidad intensa es complicado, muchos estudios optan por analizar otros tipos de felicidad. Un ejemplo es la eudaimonía. Este concepto describe el bienestar que experimentan las personas que se sienten realizadas con sus logros y objetivos vitales. Aunque un contratiempo puede entristecerlas, suelen mantener un nivel alto de felicidad en su vida cotidiana.
Otro tipo de felicidad es el bienestar evaluativo o subjetivo, que distingue a las personas optimistas de las pesimistas. Este tipo no solo tiene que ver con alcanzar metas, sino también con la percepción personal sobre esas experiencias.
¿Influye el dinero?
Un estudio realizado en 2010 por investigadores de la Universidad de Princeton concluyó que las personas que ganan alrededor de 75.000 dólares al año tienden a ser más felices. Por debajo de esta cifra, el dolor emocional asociado a problemas como el divorcio, la enfermedad o la soledad era más frecuente. No obstante, superado ese umbral de ingresos, la felicidad dejaba de aumentar y, en algunos casos, incluso disminuía debido a una vida excesivamente centrada en el trabajo.
Por otro lado, una investigación más reciente liderada por Matt Killingsworth, psicólogo formado en la Universidad de Harvard, arroja resultados muy distintos. Tras analizar más de un millón de reportes de 33.391 ciudadanos estadounidenses con ingresos variados, concluyó que la felicidad aumenta de forma lineal con los ingresos, incluso más allá de los 75.000 dólares anuales.
El estudio destaca que los ingresos elevados están vinculados con un mayor bienestar diario y una mayor satisfacción general con la vida. Aunque existen otras variables, las evidencias sugieren que tener recursos suficientes para cubrir necesidades y ciertos caprichos contribuye significativamente a la felicidad, al menos en el contexto de Estados Unidos.
¿Y la salud?
La mayoría de los estudios sobre la relación entre salud y felicidad se enfocan en los efectos negativos, es decir, en cómo la falta de salud repercute en el bienestar. Cuando una persona sufre un deterioro grave de su salud, suele experimentar un descenso drástico en su felicidad. Sin embargo, al adaptarse a su nueva situación, muchas personas logran recuperar niveles similares de bienestar.
Más recientemente, estudios científicos han demostrado que la relación entre salud y felicidad también funciona a la inversa. Las personas más felices suelen disfrutar de una mejor salud, ya que la felicidad tiene un impacto positivo en el organismo mediante la regulación hormonal. Por ejemplo, reduce los niveles de cortisol, una hormona vinculada al estrés, que puede influir en problemas cardiovasculares, diabetes y trastornos mentales. Enfocarse en experiencias positivas, por tanto, puede beneficiar tanto la salud como la felicidad.
En resumen, la salud y la felicidad están estrechamente conectadas. Tener acceso a una buena atención sanitaria ayuda a mantener la felicidad, y ser feliz a su vez contribuye a una mejor salud a largo plazo.
¿Y el amor?
Un grupo de 47 parejas octogenarias participó en un curioso experimento durante 8 días. Durante este tiempo, mantuvieron sus rutinas habituales y socializaron con amistades, pero también respondieron a encuestas sobre su satisfacción matrimonial, el tiempo dedicado a amigos y su estado de salud. Aunque el objetivo principal era analizar cómo percibían su estado de salud y su relación con la felicidad, los investigadores encontraron algo inesperado.
Confirmaron que los días en los que los ancianos sentían peor salud, su felicidad disminuía. Sin embargo, este efecto negativo era menos notable en quienes se sentían satisfechos con su pareja. Es decir, el amor contribuye a mantener la felicidad incluso tras más de cinco décadas juntos.
Estos hallazgos refuerzan la importancia del componente social en la felicidad, aunque también destacan su fragilidad. Otros estudios han mostrado que los cambios en la salud de uno de los miembros de una pareja afectan emocionalmente al bienestar del otro.
Entonces, ¿salud, dinero o amor?
Algunas investigaciones sugieren que cerca del 50 % de la felicidad de una persona depende de su genética. Aquellos con niveles más altos de endorfinas, menor cortisol o un equilibrio hormonal estable suelen ser más felices. Según el médico de Harvard Matthew Solan, otro 10 % de la felicidad se relaciona con circunstancias incontrolables, mientras que el 40 % restante depende de aspectos que sí podemos gestionar.
Dentro de ese 40 % está nuestra forma de percibir y valorar la vida. Solan insiste en que la clave está en alcanzar la eudaimonía y trabajar el bienestar subjetivo, ya que son las áreas sobre las que tenemos mayor control. En definitiva, aunque la felicidad está influida por muchos factores, la percepción personal es el elemento más determinante para alcanzarla.