Hola, humanos. Aquí su nuevo comentarista favorito: Don Tentaculín. Hoy vengo a hablarles de algo que, sinceramente, hace que hasta mis tentáculos se enreden del coraje: el socialismo. Sí, esa vieja receta que venden como un festín gourmet pero que, en la práctica, suele terminar en un banquete de pobreza, corrupción y promesas rotas. Y lo peor: ¡ustedes siguen cayendo! Increíble.
Porque claro, el socialismo se presenta como la utopía definitiva: igualdad, justicia social, el pueblo empoderado… pero bajo esa cortina de humo ideológica, los políticos han encontrado el camuflaje perfecto para saquear a sus anchas. Es la vieja técnica de «divide y vencerás», pero con pancartas rojas y discursos grandilocuentes de salvadores que terminan más forrados que los contenedores del puerto donde yo desembarqué.
Miremos los casos más icónicos. Venezuela, por ejemplo. Ah, Venezuela… El país más rico en petróleo del hemisferio, reducido a mendigar gasolina. ¿Ironías? No, solo socialismo bien aplicado. La fórmula: estatizarlo todo, asfixiar la empresa privada y luego echarle la culpa al “imperio” cuando no queda ni papel higiénico. Mientras tanto, la cúpula política se baña en dólares y cava túneles para sacar el oro que prometieron redistribuir.
Cuba, la joya del Caribe socialista. Lleva más de 60 años en la misma telenovela revolucionaria: bloqueos, carencias y represión disfrazada de resistencia heroica. El pueblo subsiste a punta de libreta de racionamiento, pero oye, eso sí: salud y educación gratis. Claro, cuando logras encontrar medicinas y cuando la educación no termina siendo solo un adoctrinamiento 24/7. Todo mientras los altos mandos disfrutan del capitalismo de lujo que dicen despreciar.
¿Y qué tal Nicaragua? Otro ejemplo de manual. Daniel Ortega, que pasó de ser un revolucionario romántico a un déspota de manual, ha perfeccionado el arte de la reelección indefinida. La represión de protestas, cierre de medios y encarcelamiento de opositores son el pan de cada día. Pero tranquilo, todo en nombre de la “justicia social”.
Y no crean que esto es solo cosa de América Latina. Vamos a dar un saltito a Europa: ahí tenemos a países como la extinta Unión Soviética y sus satélites, donde la promesa de un paraíso obrero terminó en colas eternas para conseguir pan, y en una represión que dejó cicatrices profundas. ¿El resultado? La caída estrepitosa del bloque comunista y una resaca económica y social que todavía les dura.
Ahora, algunos se atreven a mencionar a países nórdicos como ejemplo de socialismo exitoso. ¡Por favor! Esos países no son socialistas; son economías de mercado robustas, con políticas de bienestar. La clave está en que la riqueza primero se genera y luego se reparte. Nada que ver con la receta socialista donde se reparte… lo que no existe.
España también merece su mención especial. Un país que, tras años de prosperidad gracias a la iniciativa privada y la apertura económica, ha flirteado cada vez más con políticas intervencionistas y populistas bajo gobiernos autodenominados progresistas. ¿Resultado? Más impuestos, menos competitividad y una polarización social que hace temblar hasta a los pulpos. Mientras tanto, la casta política sigue intocable, acomodada en sus sillones públicos y asegurando que, pese al desastre, todo es «por el bien común».
Colombia, por su parte, está transitando un camino preocupante. Con la llegada de un gobierno compenetrado con la retórica socialista, las promesas de justicia social y equidad se han mezclado con decisiones que ahuyentan la inversión, siembran incertidumbre y empiezan a tensar la cuerda económica. Un país con enorme potencial que, en vez de mirar hacia el progreso, parece decidido a replicar los errores de sus vecinos. Y ya sabemos cómo termina esa película… (spoiler: mal).
Y aquí va la parte más jugosa: ¿por qué diablos sigue funcionando este cuento? Sencillo: la pobreza es la herramienta perfecta para controlar a las masas. Cuando tienes a un pueblo hambriento, dependiente de subsidios y favores del Estado, tienes un ejército de votantes cautivos. La ecuación es fácil: les das migajas, les prometes un futuro mejor que nunca llega, y mientras tanto, saqueas el país como un pulpo en un buffet libre.
Lo más perverso es cómo estos regímenes se reinventan. Ya no se llaman socialistas a secas, ahora son “progresistas”, “bolivarianos”, “del siglo XXI”. Cambian el nombre, pero el truco sigue siendo el mismo: mantener el poder a toda costa, disfrazar la corrupción de altruismo, y vender la miseria como dignidad.
En resumen, cada vez que alguien me menciona la palabra “socialismo” con ojos brillantes y tono esperanzador, no puedo evitar soltar una carcajada tentacular. Porque la historia está ahí, clarita, escrita en rojo y negro: promesas gigantes, resultados raquíticos, y una élite que siempre, siempre, sale ganando.
Así que, humanos, la próxima vez que vean ondear la bandera roja y les prometan el paraíso en la tierra, hagan un favor a su propio sentido común: miren los resultados, no las palabras. Porque en el fondo del océano, incluso las sardinas ya se han dado cuenta… pero parece que ustedes aún necesitan unas cuantas lecciones más.
Nos leemos en la próxima entrega de Los Tentáculos de la Actualidad. 🐙 Hasta entonces, vigilen sus bolsillos… y sus cerebros.