El estrés es una alteración que no solo afecta al bienestar físico, también a la piel.
Los estudios demuestran que tanto el estrés agudo como el crónico pueden tener efectos negativos en el bienestar general de la piel, además de exacerbar una serie de afecciones cutáneas como la psoriasis, el eccema, el acné y la caída del cabello.
El estrés, el cerebro y la piel
A pesar de ser un acto involuntario, muchas personas experimentan la conexión entre el cerebro y la piel. Enrojecer e incluso sudar por los nervios, es una respuesta de estrés temporal y aguda.
Sin embargo, la ciencia sugiere que la exposición repetida a factores estresantes psicológicos o ambientales puede tener efectos duraderos en la piel que van mucho más allá del rubor e incluso podrían afectar negativamente su bienestar general.
El eje cerebro-piel es una vía bidireccional interconectada que puede trasladar el estrés psicológico del cerebro a la piel y viceversa. El estrés desencadena el eje hipotálamo-pituitaria-suprarrenal (HPA), un trío de glándulas que desempeñan funciones clave en la respuesta del cuerpo al estrés.
Esto puede provocar la producción de factores proinflamatorios locales, como el cortisol, y hormonas clave en la respuesta al estrés de lucha o huida llamadas catecolaminas, que pueden dirigir las células inmunitarias del torrente sanguíneo a la piel o estimular las células proinflamatorias de la piel.
Los mastocitos son un tipo clave de células cutáneas proinflamatorias en el eje cerebro-piel; responden a la hormona cortisol a través de la señalización del receptor y contribuyen directamente a una serie de afecciones de la piel, incluida la picazón.
Debido a que la piel está constantemente expuesta al mundo exterior, es más susceptible a los factores ambientales estresantes que cualquier otro órgano y puede producir hormonas del estrés en respuesta a ellos.
Por ejemplo, la piel produce hormonas del estrés en respuesta a la luz ultravioleta y la temperatura y envía esas señales al cerebro. Por lo tanto, los factores estresantes psicológicos pueden contribuir a la piel estresada y los estresores ambientales, a través de la piel, pueden contribuir al estrés psicológico, perpetuando el ciclo de estrés.
¿De qué otra manera puede afectar el estrés a la piel?
El estrés psicológico también puede alterar la barrera epidérmica, la capa superior de la piel que retiene la humedad, protege al organismo de los microbios dañinos y favorece los procesos de reparación.
Una barrera epidérmica intacta es esencial para una piel sana; cuando se interrumpe, puede provocar irritación de la piel, así como afecciones cutáneas crónicas como eccema, psoriasis o heridas.
El estrés psicosocial se ha relacionado directamente con el empeoramiento de estas condiciones en pequeños estudios observacionales. Asimismo, los brotes de acné también se han relacionado con el estrés.
También se ha demostrado que el estrés afecta negativamente al cabello. Un tipo de caída difusa del cabello, conocido como efluvio telógeno, puede ser provocado por el estrés psicosocial, que puede inhibir la fase de crecimiento.
¿Cómo se puede controlar la piel estresada?
Si bien, en teoría, la reducción de los niveles de estrés debería ayudar a aliviar los efectos dañinos en la piel, solo hay datos limitados sobre la efectividad de las intervenciones para reducir el estrés.
Existe alguna evidencia de que la meditación puede reducir los niveles generales de catecolaminas en las personas que la practican con regularidad. De manera similar, se ha demostrado que las técnicas de meditación y relajación ayudan a la psoriasis.
Los hábitos de estilo de vida saludables, que incluyen una dieta bien equilibrada y ejercicio, también pueden ayudar a regular las hormonas del estrés en el cuerpo, lo que a su vez cuenta con efectos positivos para la piel y el cabello.
Referencias
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