Hoy, la masacre de Jonestown, el brutal acto en el que murieron más de 900 personas en Guyana (América del Sur) en noviembre de 1978, es recordado en la imaginación popular como el día en que los miembros del movimiento religioso Templo del Pueblo literalmente bebieron «Kool-Aid» para luego sucumbir simultáneamente debido a envenenamiento por cianuro.
Se trata de una historia tan extraña que para muchos esa misma extrañeza casi que deja en un segundo plano a la verdadera y desconcertante tragedia: cerca de 1.000 personas estaban tan cautivadas por la «doctrina de salvación» del líder de la secta que se mudaron a la selva de Guyana, se instalaron en un complejo aislado para más tarde sincronizar sus relojes e ingerir una bebida envenenada.
¿Cómo tanta gente pudo perder el contacto con la realidad? ¿Qué hizo que creyeran tan ciegamente en las teorías de un pastor?
La verdadera historia ofrece respuestas concretas a esas preguntas, pero al eclipsarse el misterio, trae también al centro del escenario el desconcierto y la tristeza de la masacre de Jonestown.
Los integrantes de la secta del predicador Jim Jones se aislaron en Guyana porque en la década de 1970 deseaban lo que mucha gente del siglo XXI da por hecho que el mundo debe tener: una sociedad unida antirracista que fomente la tolerancia y distribuya de forma equitativa los recursos.
A Jim Jones le creyeron por el poder que tenía, además de la influencia y conexiones con destacados líderes sociales que públicamente lo apoyaron durante años.
Y el 19 de noviembre de 1978, bebieron un refresco de uva con cianuro porque creyeron en lo que Jones les decía:
La muerte solo es el tránsito a otro nivel y esto no es un suicidio, sino un acto revolucionario.
Por supuesto, ayudó lo que Jones llamaba «noches blancas», que no era otra cosa que ensayos o simulacros de suicidio colectivo en los que sus adeptos ingerían falsas pociones de veneno. Pero esta vez, sería el último.
La carrera de Jim Jones
30 años antes de colocarse delante de un recipiente de ponche envenenado e instar a sus simpatizantes a ponerle fin a sus propias vidas, Jim Jones era un personaje respetado y apreciado por la comunidad progresista estadounidense.
A comienzos de la década de 1950, ya era reconocido por sus acciones de caridad y por ser el creador de una de las primeras iglesias en Estados Unidos que promovía la igualdad racial. Su trabajo contribuyó con el final de la segregación de Indiana, sumando con esto seguidores devotos entre los activistas de derechos civiles.
Se mudó de Indianápolis a California, donde junto con su iglesia continuó impulsando un mensaje de compasión. Hizo especial énfasis en ayudar a los pobres y dar una mano a los oprimidos, personas marginadas y excluidas del desarrollo de la sociedad.
A puerta cerrada, acogió el socialismo y esperó que con el tiempo el país estuviera listo para aceptar su muy estigmatizada ideología.
Más tarde Jim Jones comenzó a practicar la curación por la fe. Para atraer multitudes de mayor magnitud y recaudar más fondos para su causa, se comprometió con la realización de milagros, asegurando que él tenía la capacidad de sacar el cáncer de los enfermos.
Pero no fue precisamente el cáncer lo que sacó «como por arte de magia» de los cuerpos de las personas: en realidad fueron trozos de pollo podrido que había plantado con anterioridad.
Según Jones y su equipo, el engaño fue por una buena causa, pero se convertiría en el primer paso de un largo y siniestro plan que culminó con la muerte de más de 900 personas que nunca verían el amanecer del 20 de noviembre de 1978.
El Templo del Pueblo se convierte en una secta apocalíptica
Transcurrió poco tiempo antes de que las cosas comenzaran a ponerse aún más extrañas.
La paranoia de Jones acerca del mundo que lo rodeaba era cada vez más notoria. En sus discursos comenzó a mencionar la pronta llegada del día del juicio final, desatado por un apocalipsis nuclear cuya causa sería la mala gestión del gobierno.
Si bien continuaba disfrutando del apoyo popular y de fuertes vínculos con importantes políticos de ese momento, incluido el gobernador de California Jerry Brown y la primera dama Rosalynn Carter, su relación con los medios de comunicación comenzaba a deteriorarse.
La deserción de varios miembros de alto perfil del Templo del Pueblo causó revuelo, y al mismo tiempo el conflicto se tornó vicioso y público, dada la fuerte arremetida de los “traidores” contra la iglesia y viceversa.
Se hicieron cambios sustanciales en la estructura organizacional de la iglesia. Mientras que gran parte de los feligreses eran negros, un «selecto» grupo de mujeres blancas de clase alta se encargó de supervisar el funcionamiento del templo.
Los encuentros entre los miembros de alto nivel se volvieron más secretos a medida que preparaban nuevas estrategias para recaudar fondos cada vez más difíciles de conseguir: entre curaciones escenificadas, correos solícitos y venta de baratijas.
Mientras tanto, para todos los miembros estaba quedando claro que a su líder no le interesaba particularmente las cuestiones religiosas de su iglesia. El cristianismo era el cebo, no el objetivo. A Jones le interesaba era la posición social que podía obtener con cientos de seguidores fervientemente creyentes detrás de él.
Comenzó a evidenciar abiertamente el radicalismo en sus objetivos sociales, lo que atrajo el interés de líderes marxistas y de grupos violentos de izquierda. Esa transformación sumada a numerosas deserciones, deserciones que Jones quiso recuperar enviando grupos de búsqueda y un avión privado, provocaron la crítica de los medios de comunicación que ya definían ampliamente al movimiento como una secta.
Cuando se vio en medio de la proliferación de historias de escándalos y abusos en los principales diarios del país, Jones decidió escapar y llevarse su iglesia con él.
Preparando el terreno para la masacre de Jonestown
Estableció su comunidad en Guyana, un país sudamericano que llamó la atención de Jones especialmente por su gobierno socialista y estatus de no extradición.
Las autoridades de ese país permitieron que Jones construyera con cautela su utópico complejo y, en 1977, se mudaron los miembros del Templo del Pueblo para establecer allí su residencia.
Guyana no era lo que todos esperaban. Con su comunidad aislada, Jones ahora tenía la libertad de implementar sus ideales de una sociedad marxista pura, y la verdad era mucho más tenebrosa de lo que muchos habían previsto.
Los días transcurrían entre jornadas de trabajo de diez horas, y las noches eran dedicadas a extensas conferencias mientras Jones hablaba acerca de su temor por la sociedad y criticaba a los desertores.
Las noches de cine, no eran precisamente dedicadas al entretenimiento sino a la presentación de documentales soviéticos sobre los supuestos peligros, excesos y vicios del mundo exterior.
La comida tenía muchas limitaciones, dado que el complejo había sido construido sobre una tierra poco fértil. Todo debía gestionarse a través de comunicaciones con radios de onda corta, el único medio que la comunidad tenía para contactar con el mundo exterior.
Y también estaban los fuertes castigos. Se corrió la voz de que los miembros de la secta eran cruelmente disciplinados, maltratados y encerrados en celdas del tamaño de un ataúd o se les obligaba a pasar la noche en «hoyos de tortura».
El rumor era que Jones estaba al borde de la paranoia y perdía cada vez más el control de la realidad. Con sus facultades mentales deterioradas, comenzó a ingerir una peligrosa combinación de anfetaminas y pentobarbital.
Sus alocuciones, transmitidas por los altavoces de Jonestown casi a todas horas del día, se estaban volviendo misteriosas e incoherentes cuando decía que Estados Unidos se encontraba en medio del caos.
Como recuerda uno de los sobrevivientes:
Él nos decía que en los Estados Unidos, los afroamericanos estaban siendo llevados a campos de concentración, que había genocidio en las calles. Venían a matarnos y torturarnos porque habíamos elegido lo que él llamaba la vía socialista. Dijo que estaban en camino.
Jim Jones había comenzado a insinuar a sus fervientes seguidores la idea de un «suicidio revolucionario», un recurso final que él determinaría en caso de que el enemigo llegara a sus puertas.
Incluso hizo que sus adeptos simularan sus propias muertes, reuniéndoles en el patio central para que bebieran de un enorme recipiente que había preparado para tal ocasión.
No está claro si la comunidad sabía que se trataba de simulacros, pues quienes sobrevivieron informaron más tarde haber pensado que sería su final. Al no morir, les decían que había sido un ensayo. Pero el hecho de haber ingerido la bebida demostraba que eran dignos.
En ese contexto, fue cuando el congresista estadounidense Leo Ryan decidió viajar al complejo para llevar a cabo una investigación.
La investigación que condujo al desastre
Lo que ocurrió después, cabe anotar, no fue culpa del representante Leo Ryan.
De hecho, Jonestown ya era una comunidad que estaba a punto de colapsar y, en su paranoica condición, era muy probable que Jones encontrara un catalizador en cualquier momento.
Pero con la aparición de Leo Ryan en Jonestown, todo se volvió un caos.
Ryan había entablado una amistad con un integrante del Templo del Pueblo cuyo cuerpo había sido encontrado mutilado un par de años antes y, desde entonces, él y otros políticos estadounidenses habían puesto su atención en el culto.
Cuando surgieron los informes de Jonestown que sugerían una realidad muy lejos de la utópica vida libre de racismo y pobreza que Jones había prometido a sus seguidores, Ryan decidió comprobar las condiciones por sí mismo.
Cinco días antes de la tragedia, Ryan voló a Guyana en compañía de una delegación conformada por 18 personas, incluidos algunos periodistas, para reunirse con Jones y su comunidad.
El desenlace de la reunión no fue el desastre que Ryan esperaba.
Aunque pudo notar que que las condiciones no eran las mejores, Ryan percibió que la gran mayoría de los miembros parecían realmente querer estar en ese lugar. Incluso cuando varios de ellos solicitaron regresar con su delegación, Ryan creyó que de aproximadamente 600 adultos que habían, una docena de desertores no era tanto como para preocuparse.
Sin embargo, Jim Jones sí estaba preocupado. Pese a que Ryan garantizó que su informe sería favorable, el líder de la secta estaba convencido de que el Templo del Pueblo había fracasado en la inspección y Ryan daría aviso a las autoridades.
Con la paranoia por las nubes, Jones ordenó a su equipo de seguridad ir tras Ryan y su delegación, que recién llegaban a la pista de aterrizaje aledaña a la localidad de Puerto Caituma. Los miembros de la fuerza del Templo del Pueblo dispararon y asesinaron a 4 integrantes de la delegación y un desertor, además de herir a varios más.
Luego de recibir más de 20 disparos, Leo Ryan murió en el lugar.
La masacre de Jonestown
Con la muerte del representante, las cosas para Jim Jones y su secta apocalíptica parecían complicarse.
Pero Jones no se refirió a la probabilidad de caer arrestado. Le comunicó a sus congregados que en cualquier momento las autoridades «se lanzarían en paracaídas», enseguida les esbozó un escenario vago de un terrible destino a manos de un gobierno corrupto y desquiciado. Entonces impulsó a sus seguidores a terminar con sus propias vidas en lugar de enfrentar torturas y una agónica muerte:
Muere con un grado de dignidad. Da tu vida con dignidad; no te acuestes con lágrimas y agonía … Te digo, no me importa cuántos gritos oigas, no me importa cuántos gritos de angustia … La muerte es un millón de veces preferible a 10 días más de esta vida. Si supieras lo que está por delante de ti – si supieras lo que está por delante de ti, te alegraría estar dando un paso al frente esta noche.
La transcripción del audio del discurso de Jones y el subsiguiente suicidio colectivo sobrevive. En la grabación, Jones, angustiado, dice que no ve forma de salir de esa situación, está cansado de la vida y desea elegir su propia muerte.
Entonces una valiente mujer afirma que no está de acuerdo. Ella dice que no teme morir, pero cree que al menos los niños sí merecen vivir; que el Templo del Pueblo no debe rendirse dejando que triunfen sus enemigos.
Jime Jones responde diciendo que los niños merecen paz, y la aglomeración grita a la mujer, manifestando que lo que ella tiene es miedo a la muerte.
Rato después, los hombres que asesinaron al congresista regresan, proclamando su victoria. Entonces el debate concluye cuando Jones ordena a alguien que agilice el «medicamento».
Quienes administran la sustancia, se pueden escuchar en la cinta asegurando a los niños que los que han ingerido la bebida no lloran de dolor; es solo que el «medicamento» tiene un sabor un poco amargo.
Otros miembros expresan su agradecimiento hacia Jones, diciendo que si él no habrían llegado tan lejos, y que ahora era su deber quitarse la vida.
Algunos, claramente quienes aún no han bebido el veneno, preguntan por qué los moribundos parecen estar sufriendo cuando deberían estar felices. Un hombre, por otra parte, agradece que su hijo no tenga que morir a manos del enemigo o criado por sus captores para convertirse en un «tonto».
Jones les pide ansiosamente que se den prisa. Les pide a los adultos que dejen a un lado la histeria y que no se preocupen por los niños que gritan.
Entonces el audio termina.
Las secuelas de la masacre de Jonestown
Al día siguiente, cuando llegaron las autoridades de Guyana a Jonestown, esperaban encontrar resistencia: personas armadas y un furioso Jim Jones esperando en la entrada. Pero hallaron un escenario inquietamente tranquilo:
De repente, comienzan a tropezar y piensan que tal vez estos revolucionarios colocaron troncos en el suelo para hacerlos tropezar, y ahora van a comenzar a disparar desde una emboscada, y luego un par de soldados miran hacia abajo y pueden ven a través de la niebla y comienzan a gritar, porque hay cuerpos por todas partes, casi más de los que pueden contar, y están tan horrorizados.
Pero cuando descubrieron el cuerpo de Jim Jones, quedó claro que el líder no había ingerido el veneno. Al parecer, luego de ver la agonía de sus adeptos, decidió pegarse un tiro en la cabeza.
El montón de muertos por todas parte era algo tenebroso. Unos 300 cadáveres eran de niños que habían recibido de sus padres la bebida mezclada con cianuro. Otros 300 eran de ancianos, mujeres y hombres cuyo sustento dependía de miembros más jóvenes de la secta.
El restante de las personas que murieron en la masacre de Jonestown, lo conformaban los creyentes más devotos y algunos desesperanzados.
Debido a las pruebas conocidas de represión y engaño en el complejo, la tragedia se conoce hoy como la masacre de Jonestown, y no como el suicidio colectivo de Jonestown.
Algunas especulaciones señalan que muchas de las personas que tomaron el veneno incluso podrían haber creído que se trataba de otro simulacro, un ensayo del que todos saldrían avantes como había ocurrido anteriormente.
Pero el 19 de noviembre de 1978 nadie volvió a respirar en Jonestown.