Un año después del diluvio: España sigue sin aprender a nadar

¿Fue culpa del cielo o del ladrillo?

La DANA del 29 de octubre de 2024 no fue un episodio más de lluvia intensa. Fue un aviso. Uno de esos que la naturaleza manda con megáfono, pero que los humanos seguimos escuchando con auriculares puestos. Cayeron más de 770 litros por metro cuadrado en apenas 24 horas sobre el este de España. Las imágenes de coches flotando, casas arrasadas y campos convertidos en lagunas parecían sacadas de un documental sobre el fin del mundo. Pero lo cierto es que fue solo otro capítulo más de una historia que ya debería habernos enseñado algo.





Construir sobre el agua y culpar al cielo

Un año después, la huella de aquella DANA sigue visible. Las urbanizaciones levantadas sobre antiguos cauces del río, los pueblos que aún reclaman ayudas que nunca llegaron, y los agricultores que perdieron sus cosechas miran al cielo, esperando explicaciones que no están allí. La culpa, una vez más, no fue de la tormenta, sino de nuestra obstinación en desafiar el mapa natural de la península.

Porque España tiene memoria corta y hormigón rápido. En lugar de aprender de los desastres, los reproducimos con precisión milimétrica. Reforestamos con ladrillos y asfaltamos los cauces de los ríos como si fueran avenidas. Y cuando el agua reclama su territorio, fingimos sorpresa. Las llamamos “catástrofes naturales”, pero la mayoría son, en realidad, catástrofes humanas con paraguas de excusa.

Aquel octubre, la Confederación Hidrográfica del Júcar calculó caudales de hasta 3.500 metros cúbicos por segundo. Traducido: una muralla líquida imposible de contener. Pero claro, aquí preferimos invertir en rotondas con fuente que en diques de contención. Y así, cuando el agua llegó, lo arrasó todo, desde las fachadas hasta la paciencia colectiva.

El clima cambia… pero nosotros no

Los expertos de la AEMET fueron claros: la DANA de 2024 fue el episodio de precipitación más extremo del siglo XXI en España. Sin embargo, el país sigue discutiendo si el cambio climático es un invento ideológico o una conspiración meteorológica. Mientras tanto, los patrones de lluvia son cada vez más erráticos, los veranos más secos y los otoños más violentos. Pero las políticas siguen siendo tan estacionarias como el tiempo que ya no tenemos.

Y no se trata solo de meteorología. Se trata de planificación, de sentido común, de asumir que no se puede colonizar el agua ni domesticar el clima. Pero España, que presume de playas y sol, parece olvidar que vive entre ríos con memoria. En lugar de adaptar nuestras ciudades al entorno, preferimos adaptar el entorno a nuestras ciudades. Hasta que llega otra DANA y nos recuerda que los planes urbanísticos no flotan.

Un año después, el informe de reconstrucción muestra avances tímidos, pero también la misma burocracia que siempre llega tarde. Los municipios más afectados —Turís, Algemesí, Montroy— todavía cuentan las pérdidas. No solo materiales, sino humanas. Porque detrás de cada cifra hay familias que lo perdieron todo, y gobiernos que aún discuten quién debía prevenirlo.

La próxima DANA no será culpa del cielo

El informe técnico es claro: la intensidad y persistencia de aquella tormenta fueron históricas. Pero el verdadero récord lo tiene nuestra falta de previsión. Cada año aprobamos leyes climáticas, estrategias de sostenibilidad y protocolos de emergencia que terminan archivados bajo capas de papel mojado. Nos gusta más la foto del político con el chaleco reflectante que la inversión silenciosa en infraestructuras que salvan vidas.

La paradoja es que sabemos exactamente lo que hay que hacer: restaurar cauces, respetar zonas inundables, reforestar cuencas, mejorar sistemas de alerta y, sobre todo, dejar de construir donde el agua pasa. Pero aplicarlo requiere algo que escasea más que el agua misma: coherencia.

Y mientras tanto, seguimos en la cultura del parche. Reparamos lo que se rompió, no lo que lo causó. Celebramos los fondos europeos como salvavidas, sin darnos cuenta de que estamos nadando siempre en el mismo charco. Nos indignamos durante la tormenta y olvidamos durante la calma.

España no necesita rezar para que no haya otra DANA. Necesita entender que el clima no negocia. Que cada casa levantada sobre una rambla es una ruleta rusa con techo de tejas. Y que la verdadera reconstrucción empieza antes del desastre, no después de los titulares.

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