Cuando la lechona conquista Japón: la epopeya imaginaria de Petro y sus cifras desbocadas

A veces los líderes deciden que la realidad es demasiado aburrida y se inventan cifras que desafían tanto la física como el sentido común.

Gustavo Petro, presidente de Colombia, parece haber descubierto un nuevo género literario: la épica política basada en cifras imposibles. En un reciente anuncio, aseguró que diez millones de toneladas de lechona tolimense habían sido vendidas en una feria en Japón. Para quienes no estén familiarizados con la gastronomía colombiana, la lechona es un cerdo entero relleno de arroz, arvejas y condimentos, asado durante horas hasta que su piel se vuelve crujiente y dorada. Es un plato festivo, símbolo de tradición y de excesos culinarios, pero no, no es una máquina de multiplicar carne ni un manjar que pueda alimentar planetas enteros.





Como si la venta descomunal no bastara, Petro añadió que más de “1.300.000 millones de personas” habrían visitado el estand colombiano. Sí, leyeron bien: cifras que multiplican por varios órdenes de magnitud la población mundial. A este ritmo, la feria habría colapsado la gravitación terrestre por la masa humana acumulada.

Estas declaraciones colocan a Petro en una categoría literaria muy específica: la de líderes que mezclan política, propaganda y fantasía con la misma facilidad con la que un chef mezcla especias en una lechona. La frontera entre la realidad y el espectáculo se desdibuja, y lo que debería ser un logro económico plausible se convierte en una epopeya absurda.

La lechona que conquistó el mundo (o eso dice Petro)

Para contextualizar: una lechona tolimense completa pesa entre 15 y 30 kilos y se consume en festividades familiares o locales. Transportar millones de toneladas de este plato sería logísticamente imposible: necesitarías más barcos que los que han navegado por los cinco continentes desde Colón. Petro, sin embargo, parece considerar que la física y la logística son detalles menores.

La feria japonesa, conocida por su exquisitez gastronómica y su rigurosidad comercial, se convirtió en el escenario de un relato de proporciones bíblicas. Diez millones de toneladas de cerdo relleno serían suficientes para alimentar a varias generaciones humanas sin necesidad de granjas adicionales, y aún sobraría para organizar una cena intergaláctica.

La exageración, lejos de ser inocente, tiene el efecto de un gag involuntario: el presidente, con un entusiasmo desbordante, transforma un estand en Japón en un monumento a la imaginación numérica. Uno no sabe si aplaudir la creatividad o temer por la cordura de la oficina de prensa.

La matemática del absurdo

Para cualquier analista serio, las cifras resultan hilarantes. Transportar diez millones de toneladas de lechona requeriría una flota logística comparable a la del transporte mundial de mercancías durante un año entero. Cada grano de arroz, cada cerdito relleno, desafiaría la capacidad de cualquier puerto, aeropuerto o carretera. Y aun así, Petro lo anuncia con la misma naturalidad con que otros informan la inflación mensual.

Los “1.300.000 millones de visitantes” al estand, por su parte, convierten la feria en una especie de black hole humano donde la gravedad y el espacio-tiempo se doblan por la cantidad de turistas. Ni la física ni la economía podrían sostener semejante proeza, pero, en el universo Petro, todo es posible.

La exageración sirve también como recurso de comunicación: sorprende, genera titulares y provoca debates internacionales. La política se mezcla con espectáculo y la gastronomía con epopeya. La realidad, como siempre, es un invitado de menor importancia.

Humor negro con sabor a lechona

Imaginar a millones de japoneses devorando lechona con la precisión de un ejército mecanizado produce un efecto cómico y perturbador. Los transportistas colombianos, agotados por mover toneladas imposibles, podrían protagonizar un musical al estilo Broadway sobre logística imposible.

La sátira se amplifica cuando pensamos en la diplomacia: Petro habría logrado que un plato local, cocinado durante horas y adornado con arroz y arvejas, se convierta en embajador global. Y no solo embajador: conquistador de ferias, multiplicador de cifras y, aparentemente, capaz de desafiar las leyes de la realidad.

La figura del presidente se consolida como la de un autor de epopeyas numéricas. Cada anuncio económico o comercial es, en su estilo, una obra de ficción con elementos de humor negro y un toque de desfachatez matemática.

Los medios internacionales, lejos de ignorar el episodio, encuentran en él un ejemplo fascinante de narrativa política y marketing personal: un presidente capaz de convertir la tradición culinaria en mito global y, de paso, recordarnos que los números, en política, no siempre son lo que parecen.

Entre el asombro y la incredulidad, surgen risas negras. ¿Estamos ante un nuevo modelo de diplomacia económica? ¿Convencer al mundo de que Colombia produce lo imposible gracias a un plato típico es la estrategia para atraer inversión y atención internacional?

Finalmente, la lección es clara: en política, como en cocina, el espectáculo muchas veces importa más que la sustancia. Petro ha logrado que un cerdo relleno se convierta en símbolo de audacia narrativa, en epopeya imposible y, sobre todo, en recordatorio de que los números pueden ser armas de humor y propaganda al mismo tiempo.

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