A finales de 1941 y principios de 1942, el Führer se encontraba en la cúspide de su poder y confiaba erróneamente en una victoria rápida contra el Reino Unido y la Unión Soviética que le permitiera centrarse posteriormente en los Estados Unidos.
El alto mando alemán comenzó a barajar la posibilidad de atacar directamente a los Estados Unidos en su propio territorio y llevar a cabo una invasión terrestre.