Hoy, 1 de septiembre de 2023, siento que mi corazón rebosa de emociones. Por fin te veo, María Alejandra, recibiendo tu título profesional con el orgullo de quien ha conquistado una montaña. No es cualquier montaña; es la montaña de tus sueños, labrada con perseverancia, con lágrimas, con risas y, sobre todo, con amor.
Siendo tu padre, he sido testigo de primera mano de tu lucha y tu valentía. Desde que eras pequeña, mostraste una determinación inquebrantable. Aún recuerdo esos días en que llegabas del colegio y, en lugar de perder el tiempo, te dedicabas a realizar de manera pulcra cada una de las tareas que tus profesores te dejaban. Siempre has querido ser la mejor, y por eso aquí estamos, festejando tus logros.
Quisiera hacer un alto para reconocer la inmensa fortaleza que ha significado ser parte de una familia unida. No, las cosas no siempre fueron fáciles. Hubo sombras de envidia y malicia intentando nublar nuestro sol, pero al final, como un equipo inseparable, nos defendimos, nos protegimos y resurgimos. Ahí estuvo tu madre, un pilar de fortaleza y amor incondicional. Ahí estuvo tu hermano Sergio Alejandro, siempre brindándote apoyo y alegría. Y ahí estuvimos todos, enfrentando cada obstáculo como quien desafía a una tormenta: juntos.
Nuestro agradecimiento se extiende más allá de las paredes de nuestra casa. A nuestros familiares y amigos que siempre estuvieron ahí, apoyándote con sus buenos deseos, les decimos: gracias. Ustedes son parte del combustible que impulsó este cohete hacia las estrellas.
Y cómo olvidar el papel tan fundamental que tus abuelos han desempeñado en tu vida.
Tus abuelos maternos, Hilda y Samuel, quienes siempre te infundieron la valentía para seguir adelante. Samuel, aunque ya no está con nosotros, seguramente hoy estaría rebosante de orgullo y alegría al ver a su nieta convertida en una mujer exitosa.
Y tus abuelos paternos, Cecilia y Alfonso, cuya sabiduría y amor se reflejan en cada uno de tus logros. Sé que ellos sienten un orgullo similar al nuestro, como si tú fueras no solo nuestra hija, sino también la suya.
Es imposible no recordar todos los momentos que hemos compartido, cada una de las batallas que has enfrentado. Cada vez que caíste, nos dolía como si nos hubieran herido en carne propia. Pero cada vez que te levantaste, nuestro espíritu se alzaba contigo, más alto, más fuerte.
Por eso, este día no es solo una ceremonia de graduación; es el testimonio de lo que una familia puede hacer cuando se apoya, se ama y se respeta. Tú eres el resultado de años de amor incondicional, de creer en ti incluso cuando las circunstancias parecían adversas. Eres el sueño hecho realidad de quienes pusimos nuestro grano de arena para construir este magnífico castillo que es tu futuro.
Y, para terminar, mi querida Ale, quiero que sepas que esta etapa es solo el comienzo. La vida te pondrá más pruebas, más desafíos, pero siempre tendrás un equipo en la retaguardia: tu madre, tu hermano y yo. No importa qué tan altas sean las montañas que decidas escalar, siempre estaremos ahí, siendo tu red de seguridad, tu fuente inagotable de amor.
Hija, te deseo el mayor de los éxitos en tu vida profesional. Y recuerda siempre que, pase lo que pase, aquí estaremos: tu familia, tu equipo, tu eterno soporte.
Gracias por el orgullo que nos haces sentir.
Tu Padre.