Más allá del disco duro: cómo la nube pública responde al crecimiento de los datos

El volumen de información digital crece a un ritmo difícil de asimilar. Según la consultora IDC, el universo global de datos alcanzará los 175 zettabytes en 2025, lo que multiplica varias veces la capacidad de almacenamiento tradicional.





A la par, la encuesta State of the Cloud de Flexera señala que más de la mitad de las cargas de trabajo de empresas ya se ejecutan en nubes públicas, mientras que otras permanecen en infraestructuras privadas o híbridas.

Ese movimiento no responde solo a modas, sino a la necesidad de gestionar volúmenes de datos cada vez mayores con rapidez y flexibilidad.

En este panorama, compañías como OVHcloud explican de manera clara qué es la nube pública y cómo se convierte en una opción viable frente a los límites físicos del almacenamiento local.

Capacidad finita frente a datos infinitos

Los discos físicos y servidores locales tienen un límite evidente: se llenan. El crecimiento exponencial de datos, desde imágenes médicas hasta vídeos en streaming, convierte ese límite en un problema recurrente.

Ampliar hardware es costoso y no siempre rápido, sobre todo en organizaciones que necesitan escalar en cuestión de horas.

La plataforma de nube abierta ofrece elasticidad: asigna capacidad de almacenamiento según demanda. Así, se puede crecer o reducir sin necesidad de inversiones iniciales en hardware ni tiempos muertos por instalación.

Un ejemplo sencillo: un hospital que digitaliza historiales clínicos o pruebas radiológicas genera terabytes nuevos cada semana.

Guardarlos en discos locales exige espacio físico, refrigeración y tiempo de gestión. Con la nube, la capacidad se ajusta automáticamente sin mover un solo servidor.

Costes ocultos en la gestión tradicional

Comprar equipos locales no solo implica inversión inicial. Hay que considerar mantenimiento, reemplazos, refrigeración y personal especializado para gestionar servidores.

A menudo, estos gastos aparecen como “costes invisibles” que elevan el presupuesto más allá de lo previsto.

En la nube pública, el modelo de pago por uso permite una mayor previsión financiera, aunque el reto está en controlar consumos y evitar gastos inesperados.

Flexera identifica precisamente la gestión de costes como uno de los grandes desafíos que las organizaciones deben abordar en la nube.

También está la cuestión de la obsolescencia. Un servidor físico comprado hoy puede quedar corto en tres o cuatro años.

Esa depreciación tecnológica obliga a renovar equipos, lo que eleva aún más la factura. El Cloud público reduce esa presión porque la infraestructura evoluciona de forma continua sin que el usuario tenga que asumir ese ciclo de reemplazo.

Seguridad y confianza: la gran preocupación

Uno de los dolores más repetidos es la seguridad. Guardar información sensible en servidores de terceros despierta dudas: ¿quién accede a los datos?, ¿qué ocurre si hay una brecha?

Los proveedores de nube pública invierten de manera continua en protocolos de cifrado, redundancia y auditorías externas.

Aun así, la responsabilidad compartida es clave: la infraestructura puede ser segura, pero la configuración y el uso dependen de cada organización.

Esto significa que la seguridad no desaparece como problema, sino que cambia de lugar: del hardware propio a la gestión de credenciales, permisos y buenas prácticas digitales.

Un descuido en el acceso o una contraseña débil puede ser tan crítico como un fallo físico en un servidor.

Latencia y cercanía de los datos

Otro dolor común es la velocidad de acceso. Un servidor local cercano puede responder más rápido que un centro de datos en otra región.

La latencia importa especialmente en sectores como finanzas o videojuegos, donde milisegundos marcan diferencias.

Para enfrentar esto, la infraestructura digital compartida ha desplegado centros de datos distribuidos y servicios en el borde (edge computing), que acercan la información al usuario final. De esa forma, se combina la escalabilidad global con la velocidad local.

Este modelo híbrido de nube + edge permite, por ejemplo, que un servicio de streaming entregue vídeo en 4K sin cortes o que un coche conectado reciba en tiempo real la información crítica de tráfico. La distancia ya no es una condena, siempre que se planifique bien la arquitectura.

Sostenibilidad: un reto cada vez más visible

Almacenar datos no es solo un problema de espacio o velocidad, también lo es de energía. Los centros de datos consumen grandes cantidades de electricidad, y su huella ambiental está en el punto de mira.

La migración a una plataforma de nube abierta puede ayudar a concentrar recursos en infraestructuras más eficientes, que aprovechan economías de escala y energías renovables.

El reto es encontrar un equilibrio: aprovechar la eficiencia de la nube sin perder de vista la necesidad de reducir el impacto ambiental de la digitalización.

La conversación ya no se centra solo en cuánto cuesta guardar datos, sino también en cuánto contamina hacerlo.

Finalmente, el dilema ya no es si habrá que superar al disco duro, sino cómo hacerlo con inteligencia.

La nube pública surge como respuesta a una necesidad que no deja de crecer: manejar volúmenes de información que desbordan cualquier infraestructura física.

El desafío real no está en elegir entre local o nube, sino en aprender a mover los datos con criterio, sabiendo cuándo conviene escalar, cuándo optimizar y cómo mantener el control.

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