En estos momentos, alrededor del 26% de la población mundial sufre hipertensión. España (20 %) está por debajo de la media, mientras que Indonesia (44,5 %), Argentina (41,2 %) y Brasil (42,1 %) están bastante por encima. Es para preocuparse, porque la hipertensión aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, que siguen siendo la primera causa de muerte a nivel mundial.
Recientemente se han actualizado las guías de tratamiento de la hipertensión arterial (europea, británica, internacional y española) para definir cifras de hipertensión o tratamientos. Todas coinciden en la necesidad de aplicar tratamientos no farmacológicos, como modificaciones del estilo de vida y modificaciones dietéticas.
Entre ellas, la reducción de la ingesta de sal por debajo de 5 gramos diarios en adultos se considera una de las mejores y más baratas medidas que los países pueden tomar para mejorar la situación sanitaria de la población.
¿Qué hace la sal en nuestro organismo?
El sodio es un nutriente esencial, pero necesitamos consumir una cantidad ínfima para cubrir nuestras necesidades. Una cucharadita de postre de sal de mesa (5-6 gramos) al día sería más que suficiente. Sin embargo, los españoles ingerimos una media de 9,8 gramos de sal diaria, según datos de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN). Una cifra que superan con creces en los países americanos, donde llegan a consumir hasta 15 gramos de sal diaria, según la Organización Panamericana de Salud.
El aumento de la ingesta de sal está asociado con un engrosamiento de la masa cardiaca, con la rigidez de los vasos de conducción, con un estrechamiento de las arterias, así como con un aumento en la agregación plaquetaria. Todo ello puede generar un cuadro de hipertensión que aumenta hasta tres veces la posibilidad de padecer problemas cardiovasculares, tales como arritmias cardiacas, infartos de miocardio y accidentes cerebro vasculares, entre otros.
¿Afecta a toda la población por igual?
Cierto es que las enfermedades cardiovasculares afectan de manera distinta según la población y los hábitos que se adopten. Por ello, cuánto antes actuemos sobre los hábitos de vida y las conductas saludables mejor será nuestra intervención en grupos con conductas más afianzadas. La mayoría de los casos de hipertensión pueden controlarse mediante cambios en los hábitos de vida.
Este trabajo debe de comenzar en la infancia, donde se establecen las conductas alimentarias que se afianzarán en la edad adulta. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), España es el tercer país europeo con más prevalencia de sobrepeso y obesidad infantil debidos, principalmente, a los hábitos de vida adoptados desde pequeños. Otro factor añadido es el sedentarismo por el consumo excesivo de las nuevas tecnologías, que ha aumentado el riesgo de padecer problemas cardiovasculares en edades tempranas.
Otro de los colectivos de especial interés son las mujeres gestantes, más vulnerables a padecer hipertensión arterial si inician su embarazo con índices elevados de sobrepeso y malos hábitos alimenticios. En ese caso corren el riesgo de enfrentarse a problemas de salud que no solo afecten a la mujer gestante, como la preeclampsia y la eclampsia, sino también al recién nacido.
Esta situación se agrava en personas mayores que viven solas. Por un lado, por sus limitaciones para la obtención de productos frescos y la elaboración de la comida. Pero también por la dificultad añadida de la pérdida de papilas gustativas, sobre todo en sabores dulces y salados, que les hace proclives al consumo de productos preparados, cada vez más corrientes y asequibles, ricos en sal. A todo ello se añaden los cambios normales producidos por el proceso de envejecimiento que agravan la situación, como la rigidez del músculo cardiaco o el acúmulo de lípidos en las arterias, que hacen que el corazón tenga que trabajar más para bombear sangre y aparezca un aumento de presión en los vasos sanguíneos.
Empecemos por reducir la sal
La cantidad de sal que consumimos en la dieta depende en gran medida del marco cultural y de los hábitos alimenticios del conjunto de la población. Es sabido que los cambios de hábitos son complejos y tardan en instaurarse. Pero también es cierto que el inicio de todo cambio comienza por pequeñas acciones que se realizan de manera constante y consciente hasta que se convierten en rutinarias. La educación para la salud y la adaptación de los hábitos de vida deben iniciarse en los principales lugares donde se adquieren los hábitos: las familias, las escuelas y las comunidades.
Una estrategia sencilla y eficaz es empezar instaurando pequeñas conductas: no agregar sal en la preparación de alimentos; no llevar el salero a la mesa; evitar alimentos procesados y envasados, como queso, embutidos o snacks; leer las etiquetas para elegir los productos de bajo contenido en sodio y reducir salsas. Este conjunto de acciones basta para reducir los principales problemas cardiovasculares.
Por otro lado, una alimentación rica en fibra, frutas y verduras que contienen potasio contribuye a bajar la tensión arterial.
Garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
María Jesús Rojas Ocaña, Profesora de envejecimiento y calidad de vida, Universidad de Huelva y Miriam Araujo Hernández, Profesora Doctora del Grado en Enfermería, Universidad de Huelva
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.