Vivimos en un mundo donde podemos clonar ovejas, imprimir órganos en 3D y mandar cohetes a Marte con nombres inspirados en memes. Pero, sorprendentemente, solo un país —sí, uno— es capaz de alimentar a su población con todos los grupos alimenticios esenciales sin depender del comercio internacional. ¿La superpotencia autosuficiente? Guyana. ¿La reacción del resto del mundo? Silencio incómodo seguido de un mordisco a una hamburguesa importada.
Según un estudio reciente citado por ScienceAlert, Guyana es el único país del mundo que produce suficientes alimentos para abastecerse de los siete grupos alimenticios clave. Vietnam, Sri Lanka y China están cerca, pero no llegan al nivel de autosuficiencia total. La mayoría del resto —sí, incluidos gigantes como Estados Unidos, Alemania o Japón— dependen en algún grado del comercio global para llenar sus despensas.
Mientras los políticos hablan de desarrollo sostenible, seguridad nacional y autonomía estratégica, resulta que ni siquiera pueden garantizar que su país tenga suficientes zanahorias sin necesidad de un contenedor que venga de China o Perú. Y no, esto no es una exageración. La autosuficiencia alimentaria es tan escasa como un político sincero.
🍽️ Menú global: dependencia como plato principal
En lugar de cultivar nuestras propias patatas, tomates o cereales, preferimos llenar los supermercados con frutas que viajaron más que la mayoría de nosotros. Es más fácil encontrar aguacates colombianos en Berlín que en algunas zonas rurales de Colombia. Y si algún país se atreve a sugerir que deberíamos producir lo que comemos, se le tacha de retrógrado, de enemigo del libre comercio. Porque en esta globalización gourmet, lo cool es comer quinoa andina mientras ves un documental sobre el cambio climático… desde tu sofá escandinavo.
Pero esta dependencia no es inocente. Es una bomba de relojería. ¿Qué pasa cuando se interrumpen las rutas marítimas? ¿Cuando sube el precio del petróleo? ¿Cuando una sequía en California afecta el suministro de lechugas en Tokio? Entonces entendemos que la cadena de suministro no es una cadena, sino una cuerda floja. Y muchos países caminan por ella con los ojos vendados.
🌾 Autosuficiencia: el lujo olvidado
Que Guyana sea el único país capaz de cubrir todas sus necesidades nutricionales con su propia producción es un dato que debería hacernos reflexionar. No por envidia, sino por vergüenza. ¿Cómo es posible que naciones ricas en tecnología, industria y discursos grandilocuentes no puedan cultivar lo básico para sobrevivir?
La respuesta está en la lógica del beneficio inmediato. Es más barato importar, más rentable vender monocultivos, más fácil dejar el campo en manos de gigantes agroindustriales. Así, los países se convierten en oficinas que no saben sembrar ni una cebolla, pero se endeudan en dólares para comprar arroz que podrían haber cultivado.
¿Y qué pasa con las zonas rurales? Se vacían. Porque nadie quiere quedarse en el campo cuando se glorifica la ciudad y se desprecia la tierra. Porque ser campesino dejó de ser un oficio digno para convertirse en un cliché nostálgico de calendarios con vacas y amaneceres.
🍌 El buffet de la incoherencia
Mientras tanto, seguimos comiendo. Mucho. Pero mal. Alimentos procesados, ultraprocesados y ultrapublicitados. Las decisiones alimentarias se toman por precio, apariencia o modas de influencers, no por sentido común o sostenibilidad. Queremos todo, todo el año: fresas en diciembre, mangos en marzo, almendras de California en cualquier lugar del mundo. Y luego hablamos de crisis climática con la boca llena de papaya importada.
La soberanía alimentaria no es un tema de hippies con huertos en el balcón. Es un asunto de seguridad nacional. Es la diferencia entre poder resistir una crisis global o colapsar por falta de arroz. Pero a muchos les cuesta verlo porque no se puede postear una foto sexy de soberanía alimentaria en Instagram.
📉 Comer con orgullo… o con dependencia
No se trata de volver a la Edad Media ni de rechazar todo lo importado. Se trata de equilibrio. De rescatar la agricultura local, de consumir lo que se produce cerca, de dejar de actuar como si el supermercado fuera una fuente infinita de alimentos que se reponen mágicamente.
Porque en un mundo donde solo un país puede alimentarse solo, el resto estamos jugando a la ruleta rusa con tenedor y cuchillo. Y la pregunta que queda es: ¿cuánto más vamos a tardar en darnos cuenta de que nuestra independencia empieza por lo que ponemos en el plato?
La soberanía alimentaria no debería ser una rareza. Debería ser el estándar. Pero como tantas cosas esenciales, solo se valora cuando falta. Y si seguimos ignorándola, puede que un día el hambre no sea una noticia lejana, sino la protagonista del menú global.