A pesar de las advertencias recurrentes en la literatura científica y en las directrices de la Organización Mundial de la Salud sobre los riesgos de un estilo de vida sedentario, la realidad persiste: la mayoría sigue pasando la jornada laboral sentada. Mientras lees este artículo, es probable que te encuentres sentado, al igual que yo mientras lo redacto.
En el año 2016, un análisis basado en datos recopilados entre 2002 y 2011 , que examinó los hábitos de la población en 54 países, reveló que más del 60% de las personas en todo el mundo pasaba más de tres horas al día sentado, contribuyendo al 3,8% de la mortalidad global.
Un nuevo estudio publicado en JAMA Network refuerza con mayor firmeza la conexión entre el trabajo sedentario y un aumento del 16% en el riesgo de mortalidad en comparación con aquellos que no pasan gran parte de su jornada sentados. Este riesgo se eleva al 34% al considerar los peligros cardiovasculares, confirmando hallazgos anteriores que vinculan la inactividad prolongada con la aparición de obesidad, diabetes y enfermedades coronarias, entre otras.
En esta ocasión, la ciencia no solo identifica el problema de manera precisa, sino que también sugiere una serie de hábitos que pueden incorporarse a la rutina diaria para equiparar los niveles de riesgo con aquellos que llevan un estilo de vida más activo.
Poca actividad, mayor riesgo de muerte
El estudio, realizado por la Universidad Médica de Taipéi (Taiwán), destaca por su amplitud de muestra en comparación con investigaciones previas. Durante casi 13 años, los especialistas en salud pública y bioestadística siguieron a 481 .688 individuos, divididos en grupos según su modalidad laboral: mayoritariamente sentados (60,2%), grupo alterno (29,1%) y mayoritariamente de pie (10,7%). Todos, sin antecedentes de enfermedades cardiovasculares al inicio del estudio.
La cantidad de ejercicio físico realizada se midió a través de preguntas que evaluaban la intensidad y duración de la actividad diaria de cada individuo. Los resultados, cruzados con exámenes médicos exhaustivos, confirmaron la asociación entre el sedentarismo prolongado y el aumento del riesgo de mortalidad.
Sin embargo, quizás lo más sorprendente es que el grupo alterno, aquel que alterna entre estar sentado y de pie durante la jornada laboral, no experimentó un mayor riesgo de mortalidad en comparación con aquellos que trabajaban mayoritariamente de pie, quienes sirvieron como grupo de referencia. ¿Cómo es esto posible?
Un problema que puede solucionarse fácilmente
Descartar la idea de renunciar al trabajo se presenta como una solución viable, según la ciencia. En esta ocasión, los investigadores han identificado que un modesto aumento en la frecuencia y duración de la actividad física puede contrarrestar los efectos del sedentarismo ocupacional, conocido coloquialmente como el «efecto silla».
Específicamente, para aquellos que tienden a permanecer sentados en el trabajo y tienen una intensidad baja (de 15 a 29 minutos) o nula (menos de 15 minutos) en su actividad física, un simple incremento de 15 a 30 minutos diarios, respectivamente, resultó en una equiparación de la tasa de mortalidad al nivel del grupo de referencia. ¿Fácil, verdad?
Algunas sugerencias para prolongar la actividad física hasta alcanzar las cifras recomendadas incluyen:
1. Aparcar el coche 3 o 4 calles más lejos del lugar de trabajo y completar el trayecto restante a pie.
2. Descender del metro una parada antes del destino final y, como anteriormente, realizar el trayecto restante a pie.
3. Evitar el uso del ascensor en la oficina en la medida de lo posible.
4. En el caso del teletrabajo, realizar pausas para realizar ejercicios básicos como planchas, saltos, entre otros.
No obstante, los expertos subrayan la importancia de incorporar descansos regulares durante la jornada laboral para «estirar las piernas», más allá del ejercicio realizado durante el tiempo libre, el cual tiene un impacto significativo en los resultados de salud.
Para lograr esto, es crucial que la empresa demuestre su compromiso con la mejora del bienestar de los empleados, por ejemplo, proporcionando escritorios de pie, creando áreas de trabajo destinadas a la actividad física o ofreciendo beneficios de membresía en gimnasios.
En última instancia, adoptar pequeños cambios en la rutina diaria puede marcar la diferencia entre la inactividad y la salud. La responsabilidad tanto individual como empresarial en fomentar un estilo de vida más activo se revela como una inversión valiosa en el bienestar a largo plazo.